Llamadas
A veces me cuesta recordar y pensar en qué momento empezó todo. Cómo fue ese soplo primerizo de pasar de lo puramente urbano al extremo, al casi opuesto, introduciéndome en un medio rural semisalvaje, en una comarca prácticamente sin desarrollar y en una extensión de bosque donde los jabalíes hozan a sus anchas.
Lo que sí percibo con más claridad es, que no fue un arrebato después de un mal levantar mañanero, sino el resultado de una profunda reflexión consecuente de algunas eventualidades acaecidas por aquellos años primeros de los noventa. Estos acontecimientos aceleraron en mi consciencia la maduración en el despertar de nuevas inquietudes. Algo idealizadas bien es cierto, pero levantaron de esta manera un frente de contención a la hartura, después de tantos años, de desgaste como informático y su círculo ambicioso e insensible, y en algunos momentos asfixiante. Todo ello bien aderezado, claro está, con el espíritu aventurero que Dios me dio.. .
Cierto es que siempre me tiró el campo, y será porque nací en él, en el más puro terruño y su querencia se acopló desde el primer momento de nacer en mi ADN como un gen mas. El olor del amanecer, el estruendo de las tormentas o el canto de las perdices a la caída de la tarde, son para mí huellas sensitivas primarias. De ahí que de vez en cuando, oigo su llamada...
Ya en Madrid de jovenzuelo, hacía mis pinitos en vendimias y plantaciones de huertos de parientes y amigos, cuando en vacaciones o fines de semana nos desplazábamos toda la familia al pueblo donde vivían mis abuelos. Más adelante de treintañero me gustaba presumir en la ciudad con los amigos urbanitas de mis contactos camperos, contar batallitas sobre la matanza del cerdo y su aquelarre alrededor de la hoguera. Les trataba de impresionar con paliques de pastores en alguna choza lejana, de las argucias empleadas en el apareamiento de cabras y ovejas o de las catas, (y algo más que catas) de vino en la bodega del Tío Mandiles.
En más de una ocasión me fugué del inapetente trabajo, que por aquel tiempo, mediados de los setenta, realizaba en una Empresa Nacional en Madrid, con la sana intención de participar en la vendimia. Soltaba alguna escusa convincente y me echaba al monte .Salía disparado hacia el campo toledano, en donde me aguardaba un escenario bien diferente al de un Centro de proceso de Datos. Dejaba la ciudad, como se abandona un mal rollo, sin remordimientos, y partía raudo y feliz, con una sonrisa de complicidad conmigo mismo, y la urgente necesidad de perderme por esos caminos de tierra, entre olivares y viñedos.
En el intervalo de apenas una hora, ya todo había cambiado, no solo el paisaje, el olor no era el mismo. El aire arrastra el aroma del mosto de las uvas recién cortadas. Al adentrarse por los caminos, de ribeteadas orillas de hinojo y retamas, ya en el interior de la campiña, se pueden observar cuadrillas de gente faenando entre las verdes vides, provistos de gorras o sombreros los hombres y pañuelo en la cabeza las mujeres. Un transitar de tractores transportan toneladas de racimos a las bodegas donde, después de un laborioso proceso de prensados y trasiegos, se encargarían de realizar la dulce transformación de azúcar por etílico.
Llegaba eufórico al consabido lugar. Desde primeras horas de la mañana, una cuadrilla de primos y amigos ya habían recolectado unos cuantos kilos de uvas.
-Buenos días paisanos, -irrumpía muy resuelto, alterando por un momento el ritmo del trabajo - vengo a echaros una mano.
-Pero hombre madrileño qué haces tú por aquí, ¿no tendrías que estar trabajando.?
-Sí, pero esto también es trabajo, ¿no?. ..con quién me pongo?.
La vendimia tiene su punto divertido a la hora de formar las parejas para enfrentarse a la recolección. Se acoplan según la equivalencia en el rendimiento en este arte de cortar.., ¡sin ser cortado!, ya que si existiera notoria desigualdad en el par configurado, es muy probable que la parte más débil abandonara al poco tiempo de su comienzo , y sin riñones. Esta estrategia de vendimiar en parejas, no solo se ajusta a un cálculo puramente productivo, sino porque de esta manera, se evita la tentación del escaqueo individual. En mi caso, normalmente, me emparejaban con mujeres sin mucha experiencia como vendimiadoras, o algún simpático abuelete que no paraba de contar batallitas, y por consecuencia disminuía la velocidad de crucero. ¡Aun así al poco rato iba a rastras.!
-¿A qué hora se come en esta empresa?.-Gritaba con sorna, por si se les había olvidado, y de paso estiraba el esqueleto.
La hora de la comida es tan deseada, que parece como si el reloj se hubiera parado. Es de urgencia el acercarse al hato y dejarse caer sobre un capote. Preferiblemente que un surco de tierra se adapte, en rebuscada postura, a los resentidos riñones y así obtener un breve consuelo del insistente hormigueo.
Llegada esta hora, las mujeres se encargan de poner la mesa. En estas faenas camperas y a falta del mobiliario básico, la mesa es improvisada en el mismo suelo. Una manta extendida al resguardo de un lateral del remolque del tractor, es un lugar seguro de las posibles cambios virulentos del tiempo que por esas fechas empieza a dar sorpresas. Alrededor de esta y en libertad posicional, los comensales se acoplan y sin muchos miramientos se comienza a zampar a dos carrillos las apetitosas viandas. En el campo, la tortilla de patata es irremplazable, y la bota de vino es el tótem. Se come y se habla al mismo tiempo, utilizando la navaja como única herramienta culinaria. Es sin duda lo mejor de la jornada.
Compulsivamente se bromea, y algunos hombres propensos a hombrear, alardean de su fortaleza y destreza en la cantidad recolectada, frente al resto de los mortales. Es inevitable la comparación sobre si este año ha sido mejor o peor que el anterior, o si el grado de azúcar de este, es el más alto de los últimos cinco.
Al caer la tarde, con manifiesta fatiga y con lento proceder, se cargan en el tractor los últimos capachos recogidos por ese día. Con encomiable disposición, las mujeres deshacen el hato de cestas, capotes y aperos de labranza; todos suben al remolque iniciando el regreso a casa. Mañana vuelta a empezar.
-Cada mochuelo a su olivo.-me despiden con abrazos y deseándome un buen viaje de regreso -.
-Para que las prueben la familia.- Me hacen entrega de una cesta repleta de los mejores racimos de uvas muy bien dispuestas y cubiertas con sus mismas hojas, (como sacado de un bodegón manchego) me entregan en humilde agradecimiento.
-Hasta la próxima compañeros, que será para probar el vino.- Saludo a todos alzando la bota, le doy un último y largo trago. (Por aquellos años no existía el carnet por puntos.)
Con un buen chute de agroterapia, emprendo el camino de vuelta, algo resentido pero con el espíritu renovado. Noto algún rasguño en las manos, pequeños golpes, y un cansancio agradable, como relajante, con la sensación de haber cumplido (creo ser adicto a ese tipo de sensaciones). Pero ha sido una manera de escapar de lo asfixiante que puede llegar a ser, cuando lo diario resulta insustancial. Es un proceso de depuración, una huída hacia delante de la insatisfacción y la monotonía. Y al mismo tiempo, desinhibirse de lo productivo, de lo correcto y pasar, aunque solo sea por unas horas, a lo primario, lo elemental. Hablar de lluvia, de insectos, de tierra .......
Al día siguiente, reaparecía en la oficina, dando los buenos días de una mañana cualquiera, pero en mi cabeza algo había cambiado. Sentía el estímulo y la emoción del que practica una secreta doble vida, y eso me hacía parecer diferente. Flipaba con el personaje que yo mismo me había fabricado. Entrar y salir de dos mundos antagónicos con naturalidad, sin pensarlo, con la espontaneidad de un bilingüe.
Y ahora, de nuevo en la pecera , tocaba ejercer con el otro yo, el de trabajador informático por el cual, no solo me ganaba el sustento, sino que además me ofrecía la oportunidad de participar en el inicio del desarrollo emergente mundo de la Informática y las Comunicaciones . Esta era otra bien distinta misión, en la cual, estaba obligado a embarcarme. A mi alter ego rural, debería por ahora, concederle unas vacaciones .
Este regenerado estado de ánimo, (que debo encarecidamente a mi yo rural) me sitúa ante una nueva actitud más positivista. El mismo trabajo ahora me parecía más estimulante, incluso atractivo. Estudiaba con interés los diagramas de flujo y los procedimientos de complejas cadenas de programas a ejecutar en el IBM 370/145, e incluso aportaba nuevas ideas con entusiasmo. Instalado en este frenesí tecnológico, me afanaba por rentabilizar el tiempo y el espacio que en otras misiones empleé. Eso sí, siempre atento a una nueva llamada........